martes, 13 de diciembre de 2011

Nunca has tenido tantas ganas de gritar, explotar, romper llorar sin saber por qué, de por fin respirar, de coger al primero que pilles y escapar, huir, irte lejos, muy lejos. Pasar la noche entera mirando las estrellas y tener todo el tiempo del mundo para contarlas, sin prisas, sin agobios.
Esa sensación de que pase el día, y tú sin poder dejar de mirar el móvil esperando una señal que demuestre que existe, que no son tonterías, que esos días impredecibles de 'coge el abrigo que nos vamos', las risas y llantos, los enfados, los piques sin sentido en los que el único interés es robar un beso, son reales.
Pero no fue así como pasó, ¿verdad?. Aquellos momentos en los que me hacías sentir única fueron un simple juego, un pasatiempo de kiosko, como una peli demasiado buena para que el final deje tan mal sabor de boca.





Hay dos opciones: romper el mito de que las segundas partes nunca fueron buenas, o que el final que tú mismo te encargaste de crear sea definitivo y joda esa película que tan buena era, de esas que puedes llegar a ver mil veces pero que es recomendable pulsar stop cuando llegas a la parte en la que pasaste de ser mi chico a ser ese capullo, sí, ese capullo que me vuelve loca.


Mel .

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